(...) paseando por Ronda al atardecer, los cipreses, los palacios, todo el aire no lejano de las Cortes de Cádiz; y un cielo de color inexpresable, ni gris perla, ni plata; una sospecha de levísimo celeste que cierta fuerza blanca de la luz borraba y compensaba con su irradiación.
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